COMER HOY. ¿Y mañana? Dios proveerá.
Los voluntarios trabajan desde temprano. Todos tienen asignada su tarea, y la cumplen rigurosamente, sin protestar. Nadie los invitó. Se acercan por una necesidad de servir a los innumerables anónimos que cada día, a mediodía o a la tarde noche se acercan a cada uno de los lugares donde se entrega un plato de comida.
Llegan, acomodan su ropa, algunos se cambian, otros no, seleccionan las donaciones, proponen un menú, y comienzan a cocinar.
Hay buen olor a comida caliente, preparada para ser entregada con amor. Algunos la agradecen, para otros parecería ser una gracia a la que tiene derecho a recibir.
Nadie pregunta cómo te llamas, ni dónde vives, si resides en la Capital, o bienes de algún lugar extraño y lejano, si eres argentino o extranjero, desocupado, profesional, o busca vida.
Pero los voluntarios, la mayoría jóvenes, hacen su aporte.
En la fila, hay diferentes olores. Allí se mezclan el sin techo con sus bolsas, el cartonero y su carro, y el que vive bajo techo, y se acerca sin cuestionamientos. Todos quieren comer.
¿Hasta cuando se sostendrá la solidaridad de bienes y servicios?
¿Qué valor monetario asignar a la donación de insumos? ¿Qué valor asignar a las horas de trabajo en la preparación, y posterior limpieza?
Decidí recorrer algunos de estos oasis de comida.
Comencé el 25 de mayo con la entrega solidaria del club River Plate en el aniversario de su nacimiento, y durante la semana recorrí otros comedores, cuatro en total, otros estaban cerrados.
Casi no se guarda la distancia social. También resulta ser un momento de intercambio social, por la repetición en el encuentro o porque vienen en grupo.
En un centro, el viernes por la noche, intercambié palabras con un hombre venido de Chivilcoy, había salido hace dos días, caminando hasta que alguien en la ruta ofreció acercarlo al próximo destino, luego pudo llegar a esta ciudad.
Dios está en todas partes, pero atiende en Buenos Aires.
Pareciera, sin poder confirmar la apreciación, que los centros de asistencia humanitaria se turnaran, aunque algunos tienen horario fijo, o al mediodía o a la noche. Desde una cooperativa de trabajo hasta una entidad religiosa.
En unos hay que llevar un taper, con la inscripción de tú nombre, el cual se entrega y luego llaman para retirarlo, que permite trasladar y comer en otro lugar, con la comida dentro, un pan, y una fruta, sin bebida.
En otros, se entrega una vianda, un pan, un fruta, tenedor y/o cuchara, que algunos comen allí y muy pocos se retiran a comer, quizás en su domicilio.
También un puñado de yerba, y azúcar.
En dos de estos comedores hasta recibí un tapa boca, y en uno las indicaciones acerca del corona virus y cómo prevenirlo.
En las cercanías algunos restos de comida quedan esparcidos en el suelo, esperando el milagro de la multiplicación, o al barrendero con el destino de un residuo. Juan José Dimas. El Otro Medio.